La leyenda de Whuarrior Mhicò
Las copas de los arboles estaban lo suficientemente altas como para que los trolls más borrachuzos no las pudieran alcanzar. La leyenda dice que nunca en la historia del bosque de Whuarrior Mhicò supuso esto una amenaza, pues nunca se ha visto a ninguno llegar hasta la copa.
Los trolls adultos con una media de 50 kilos el menos pesado no se levantan mas de 1 metro del suelo, sus brazos son cortos y flacos y con sus lanudas manos les es casi imposible agarrarse al ancho del tronco. Saben muy bien que intentar alcanzar una copa les puede salir caro. Y si por algún casual lo intentaran, tendrían que sortear primero al elfo-portero de cada árbol. Unamos a este hecho el hecho (que no el musgo) de que son sumamente poco inteligentes y tenemos una tarea casi imposible para un troll. Aun así más de una vez alguno de poca edad y menos experiencia aún lo había intentado. La leyenda que entre ellos han ido dejando a sus predecesores sobre las beneficiosas propiedades que en lo alto de los arboles guardan sus copas con el tiempo no ha hecho más que engrandecer las ansias por hacerse con algo que ni siquiera los más viejos dejan de desear. Algo que nunca han visto, olido o saboreado y no pueden dejar de soñar.
Antes siquiera de que llegara por el este la primera brisa inmadura aún del susurrante mar en danza para convertirse en viento entre las jóvenes copas de Whuarrior Mhicò ha existido entre los trolls, la leyenda de que ahí arriba, entre copa y copa, se encuentra posiblemente el mejor trago… ¡un trago del copón!. Y es por ello que algún joven troll, lleno de no poca esperanza pero sumamente inconsciente, alentado por los más adultos y frustrados mocosos compañeros de carroña, lo había intentado. Sin embargo ninguno nunca ha llegado a tener éxito y pese a sus décadas de insistencia, se equivocaban. Y hubieran tardado aún tres décadas más en darse cuenta si no llega a ser por cómo el día quinto del mes estivo del noveno año de la era de Achuarius, treinta décadas después de que la primera flor decidiera ser bosque, el viento empezó a soplar recio y maduro entre las copas de los árboles y las hizo temblar, zarandearse, como si de un momento a otro fueran a resquebrajarse los troncos que tantos años a hombros las portaban.
Los trolls miraban ante tal repentino espectáculo atentamente y boquiabiertos, no ya de sorpresa, si no con la esperanza de que algún guardián de su preciado tesoro añorado se partiera en dos y con él su copa derramando así su tan deseado trago en alguno de sus gaznates. Sacaban las lenguas sudadas de ansiedad fuera de sus bocas cada vez más abiertas al cielo, mientras se agolpaban con la vana esperanza de ver algo caer, desprenderse, derramarse… Algo por lo que llevaban décadas suspirando y podía ser realidad en cualquier momento… ilusos.
No había pasado más de lo que tarda un D´Yhoe en tomarse su brebaje corto de grano de oro cuando un repentino golpe de viento tan fuerte como el lanzamiento más poderoso de Vanhesshuky, maestra en Voley-Rhol, llegó del este estremeciendo hasta el último arbusto. No pudieron aguantar mucho las copas de los árboles y todas al unísono, con más luz que los brillantes ojos de Lady Heles cuando ve los crótalos de su tierno Ghordhy, liberaron una luz tan sumamente brillante, que dejó aún más boquiabiertos y medio cegatos a los desgraciados trolls que casi agonizaban con su lucha por no irse volando. Medio ciegos, con la lengua seca como el desierto, rotos los músculos de dolor, se dejaban llevar rendidos, no ya por el viento del este, si no por el imponente batir de dos grandes alas tan grandes como la frondosidad de la Khalva de la deidad Barthesön.
No le vieron salir de esa luz inesperada que en cada batir los lanzaba por los aires varios kilómetros haciendo rugir sus gargantas con tanto pánico, que aún se oyen sus voces retumbar más allá de donde nunca llego la voz de Mäarshi, descendiente humana de las mismas Sirenas. Esas alas iban unidas a un impresionante dragón rojo, cubierto de relucientes escamas que se alzaba por encima de las copas portando a una dulce bailarina, nacida en un golpe de viento entre las copas del bosque élfico Whuarrior Mhicò, que con un suave phorté de las garras del dragón, entró en segunda en el mundo de los mortales mientras cien caballos trotaban hacia ella dándole la bienvenida y haciendo sonar con sus cascos la canción de hielo y fuego. Uno de estos caballos era portador de una caja mágica donde guardar innumerables secretos, llamada Nhikon, que no tardó en caer en manos de la bailarina… y así, a galope y con la caja mágica en mano, es donde empezó todo.
Ella era Anitha, también llamada Anesth, también llamada Anesithas, también llamada Shitas, también llamada Anna de las Kharmens de Whuarrior Mhicò. Y todo esto para decir que hoy, el quinto día del mes estivo, siendo el noveno año de la era de Achuarius, Anitha entra en la treintena.