Joseph M. Caves y el gorila

Esta historia, es una de esas historias que te conmueven y te encojen el corazón, a la vez que te recuerda lo importante que es el saber disfrutar de la naturaleza, de respetarla y de conocer sus reglas.

Joseph M. Caves y el gorila

Joseph M. Caves era un amante de la naturaleza al que la ciudad le hacía enfermar. Deseaba huir, liberarse de su prisión, hacer todo lo que tuviera que ver con la idea de sumergirse en la naturaleza, sentirse parte de ella. En marzo de 1994, después de trabajar como profesor de ingeniería de montes en la universidad de Boston durante 13 años, sobrevivir a dos divorcios y un incendio en su casa de las afueras por culpa de una colilla mal apagada, reunió el suficiente dinero para hacer el viaje que cambiaría su vida para siempre.

Con una mochila Quechua repleta hasta arriba de todo lo necesario, varios mapas, y muchas ganas de conocer y recorrer mundo, empezó su viaje por el centro de África. Deseaba con locura conocer los bosques montañosos del este del Zaire, lugar que llevaba años recorriendo en sueños.

Cuando llegó a su capital, Kinshasa, no tardó en aclimatarse al lugar, conversar con los habitantes (en un francés casi perfecto gracias a las intensas discusiones con una de sus ex-mujeres, Madeleine La Fayete), conocer todas las agencias de viajes-tours de la ciudad y buscar medios para adentrarse en los bosques. A los tres días de su llegada, ya tenía preparado junto con varios guias y una pareja alemana, un viaje al Parque nacional de Maiko, una de las zonas más boscosas y remotas del país.

Estuvieron varios días recorriendo los bosques, hasta que la cuarta noche, Joseph M. Caves no podía conciliar el sueño en su tienda y decidió salir a fumarse un cigarrillo. Anduvo varios metros y antes de que le diera tiempo a encenderse el cigarrillo escuchó un grito casi inaudible que se perdía en el silencio del bosque. Su curiosidad exploradora venció a su sentido común y lentamente se adentró entre los árboles siguiendo los continuados gritos. Eran gritos de desesperación. Al irse acercándose cada vez más, pudo discernir claramente que no eran humanos. Su corazón empezaba a palpitar como nunca antes lo había hecho. Tras andar unos 20 metros pudo ver como un gorila macho de temprana edad con una pequeña mancha blanca de pelaje en el lomo, yacía y se revolvía entre gritos de dolor, ramas y hojas del bosque. Sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la tenue luz de la luna pudieron ver como de una de sus extremidades colgaba un ensangrentado grillete usado por los cazadores furtivos de la región. Ese joven gorila había tenido la mala idea de separarse del grupo de gorilas al que pertenecía, caer en una trampa olvidada años atrás y recorrer varios kilómetros desesperado, desorientado y perdiendo cada vez más sangre hasta caer agotado a varios metros de su campamento. El corazón de Joseph latía tan fuerte que si le hubieran gritado al oído ni se habría inmutado. Metió su mano en uno de la docena de bolsillos del chaleco de explorador que semanas antes se había comprado adrede para el viaje y sacó una cajita con varias vendas y un kit de supervivencia. El gorila al percatarse de su presencia clavó su mirada durante unos segundos en los ojos de Joseph, pero era tal el cansancio y el dolor del pobre animal que lentamente dejó caer la cabeza hasta quedar inconsciente. Esto mejoró la situación pues Joseph pudo quitarle el grillete, curarle la herida lo mejor que pudo y llevarlo al campamento para que los guías le echaran una mano.

A la mañana siguiente, la herida de la pierna del gorila había supurado y presentaba buen aspecto, cosa que tranquilizó a Joseph el cual no se había separado de él en toda la noche. El joven gorila despertó pasadas varias horas después del amanecer y como si de un niño pequeño se tratase, fue poco a poco percatándose de la situación, mirando lentamente de un lado al otro, intentando incorporarse sin éxito hasta que sus ojos se cruzaron con los ojos de Joseph. En ese momento el gorila se quedó completamente inmóvil. Su salvador aún lo estaba más. El gorila se percató de que ya no llevaba el grillete mordiendo su pierna y Joseph pudo ver como la mirada del joven animal, cambiaba de miedo a serenidad y de esta a gratitud. Fueron pocos segundos. Segundos en los que no recordaría haber respirado. Los suficientes para que le quedara claro que ese gorila de las tierras bajas del este del Parque nacional de Maiko le estaba dando las gracias. Nunca en su vida olvidaría esa mirada.

Su viaje soñado y desde ese momento de ensueño, continuó hasta que pasado justo mes y medio tuvo que volver a casa al recibir un e-mail de su hermano. Su padre estaba gravemente enfermo. Volvió a la ciudad. Al cabo de varias semanas su padre no sobrevivió y las ganas por retomar el viaje que meses atrás había empezado y que a sus ojos no duró lo que dura un respiro, se fueron disipando.

Fueron pasando los años y la ilusión por una vida diferente no volvía. No tenía ganas. Volvía a sentirse preso en la ciudad pero ya se veía muy mayor para hacer lo que dejó inacabado.

Un día paseando por el Zoo de Boston, lugar al que solía ir todos los años dos o tres veces pero que desde la muerte de su padre no había vuelto, pasó por la zona de los primates. Se detuvo durante unos segundos mirando al infinito, adentrado en la selva de poliespán y ramas de pega que tenía delante sin percatarse que un gorila macho no le quitaba el ojo de encima. Era un gorila macho con una mancha en el lomo de pelaje blanquecino que desde que Joseph se había acercado a la barandilla del recinto donde estaban confinados, tenía la mirada clavada en él.

Joseph sintió como se le erizaba el vello de la nuca acompañado de un leve calor repentino que le sobresaltó lo suficiente para darse cuenta de que algo fuera de lo normal estaba sucediendo. Su mirada no tardó en cruzarse con la del macho que tenía a menos de una veintena de metros. Su corazón empezó a latir como una vez hizo hacía mucho tiempo y sus ojos empezaron a abrirse cada vez más al reconocer poco a poco en ese primate, al joven gorila de pelaje blanquecino que salvó tanto tiempo atrás en los bosques del Parque nacional de Maiko.

Los dos se miraron durante casi un minuto sin moverse, casi sin respirar, sólo con el estruendo de la sangre empujada por los intensos latidos de sus corazones. Joseph, volviendo a hacer caso omiso a la razón y dejándose llevar por el torrente de adrenalina que estaba descargando su cerebro en esos momentos no pudo resistir la emoción y saltó la barandilla que separaba los primates de los humanos cayendo en el estanque. La gente se volvió hacía él gritando, mientras el gorila empezaba poco a poco a salir de su trance y lentamente fue acercándose al estanque. Joseph logró subir a tierra firme y pudo ver delante suyo otra vez inmóvil, al gorila que perdió de vista hacía tantos años y le hizo sentir la mejor sensación que había sentido en su vida. Sin apartar la mirada uno del otro por un instante, fueron avanzando uno hacia el otro cada vez con más velocidad y extendiendo los brazos se fundieron en un intenso abrazo que duró escasos segundos, pues al caer a tierra el gorila arrancó la cabeza de Joseph desgarrándosela con sus fuertes brazos y tirándola al estanque.

Nunca mires durante mucho rato a los ojos a un gorila macho en su territorio y menos, corras hacia él con los brazos en alto.

Fin

Barthè

Barthestudios

Soy una persona de mente clara y calva reluciente con una incontrolable ansiedad por buscar el juego de palabras perfecto, la situación ambigua convertirla en ingeniosa, transformar frases normales y recitarlas en prosa, hacer chistes por doquier como quien no quiere la cosa... y no la puedo controlar.

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