Adiós loca adiós

Pues hará como entre cinco u ocho años, no lo tengo claro, a mi hermana le regalaron en su cumpleaños un cachorrito bretón hembra de lo más mono. Era una preciosidad de bola canina toda blanca y pequeñita que te hacía querer darle un mordisco para comértela de lo guapa que era.

Y eso era lo que mas le gustaba hacer, morder. Ni ladraba ni hacía nada. Únicamente mordía. Le pusieras en la boca lo que le pusieras; la mano, un palo de escoba, la guitarra, su propia pata, un buque submarino… le daba igual, ahí estaban sus pequeños colmillos apretando medio fuerte para dejar huella. Pero con los meses dejó de morder para empezar a desarrollar su verdadera e innata afición y que después con los años caracterizó a la pequeña Lía; saltar, brincar, botar y rebotar.

De alguna manera irónica y sin escrúpulos, la herencia genética creó en esta perra la manía de saltar y saltar y no parar de saltar hasta el punto de preguntarnos si realmente era un cruce entre dos perros de raza bretón, o un canguro hiperactivo con una cabra con un petardo en el culo.

No era normal verla de un lado para otro literalmente sin parar de botar, incansable. A un bote le seguía otro bote. Venía corriendo hacia ti sacando la lengua y no sé si porque era miope o por no saber frenar, se chocaba con tus piernas rebotando, y empezaba a saltar otra vez como un canguro. Te agachabas un poco y decías “Pero hija, ¿no sabes medir la distancia o qué?”  y cuando le decías eso estaba dando un brinco lamiéndote la nariz. “Esta perra está loca”  era la frase de moda. No hay persona que haya entrado a casa y no la haya dicho. Le cogían cariño durante varios minutos… después era una absoluta pesadilla. Mi perra se reía de los conejitos Duracell. Es más, primero les mordía, luego les saltaba por encima durante 3h y 47min, se chocaba con ellos, los tiraba al suelo y luego se reía. Así era la loca Lía, y así se comportaría en un supuesto anuncio con estos conejitos. Les iba a poner “las pilas”.

Desgraciadamente ayer tuvo un desafortunado accidente y perdimos a Lía para siempre.

Cuando me lo dijeron mis padres me sorprendió bastante y pasé esos segundos de incredulidad mirando al infinito ante algo que, “no te entra o no quieres que te entre en la cabeza». Te das cuenta de que ya no vas a estar junto a ese ser querido, ya no vas a poder hacerle reír, en este caso ladrar, por querer jugar contigo, o correr hasta querer cansarla y al final, ser yo el que saca la lengua primero. Te das cuenta de que no vas a poder decirle adiós y claro, sientes pena. Mucha pena, pero no permito que me haga llorar ni dejar que mi alma sufra, y con esto voy a explicar a los que me visteis “tan bien” después de su muerte ya que por supuesto, le quería un montón: en el momento en el que ya no puedes hacer más, en el momento que sabes que ya no hay retorno y que no vas a volver a ver a ese ser querido, de que el daño ya está hecho y no puedes hacer nada…. te das cuenta de eso, de que ya no puedes hacer nada. Ahora solo te quedan los recuerdos. Y esos recuerdos son los que te tienen que permitir estar alegre; no hay que recordar una segunda o tercera vez a un ser querido y sentir pena. Tienes que recordarlo y alegrarte de haber compartido tu vida con ese ser querido, de haberos hecho felices mutuamente. Debes de recordar los buenos momentos y de cómo te hacía sentir ese ser.

Y se te debe escapar una sonrisa. No sientas pena por no poder volver a estar con esa persona, alégrate por todo lo que has vivido y sentido con esa persona. Con esto no quiero cambiar nuestro pensamiento occidental plañidero de la muerte y las plegarias porque a día de hoy es casi imposible, pero sí por lo menos hacer ver, que llorar a los muertos no sirve de nada mientras tengas a tantos vivos por hacer feliz.

Siempre me acordaré de cuando iba a la jaula y ya desde lo lejos empezaba a botar como una loca porque sabía que le iba a sacar a pasear. O cuando le hacía rabiar escondiéndome por la casa y llamándola, corriendo buscándome hasta encontrarme, chocarse contra mí, saltar, ladrido de reproche y ale, otra vez a correr hacia ningún sitio, para volver donde yo estaba, saltar, ladrarme, meterse entre mis piernas, caerse y seguir corriendo. Y por supuesto cuando conseguía calmarla (cogerla y tirarla al suelo boca arriba) para rascarle la panza… era el único momento que se estaba quieta. O cuando hacíamos comida familiar en casa (imposible tenerla suelta y más si había abuelas de por medio ya que las tiraba al suelo) y le llevaba algún trozo de carne, y se lo comía tan rápido que no llegaba a tocar el suelo. O cuando me quedaba mirándola fijamente y ella también, los dos inmóviles para de repente salir pitando, entonces salir ella detrás de mí ladrándome desesperada y empezar a darme la risa, alcanzándome y morderme como diciendo, “¡¡No corras cabrón!!”. O cuando la devolvía a su casita y se subía a la verja con las dos patas para que le tocara detrás de la cabeza como diciendo «Hasta mañana…»

….y muchos mas momentos. Así es como recordaré a Lía. No pensando que ya no la voy a tener cerca, sino alegrándome por todo lo que hemos vivido, jugado y reído. Sobre todo yo. Je.

Como dice Gabriel García Márquez «No llores porque ya se terminó… sonríe, porque sucedió.»

Barthestudios

Soy una persona de mente clara y calva reluciente con una incontrolable ansiedad por buscar el juego de palabras perfecto, la situación ambigua convertirla en ingeniosa, transformar frases normales y recitarlas en prosa, hacer chistes por doquier como quien no quiere la cosa... y no la puedo controlar.

Artículos relacionados

Botón volver arriba